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jueves, 16 de noviembre de 2017

La flor del Lirolay


Hace mucho tiempo, un rey muy bueno y muy justo se enfermó de ceguera, lo que preocupó a todo el pueblo. Cientos de magos, curanderos, y médicos intentaron encontrar la cura para esta repentina ceguera de la que era prisionero el Rey; probaron mil brebajes, pociones, hierbas, pero nada funcionaba.
Entonces desde un pueblo lejano un viejo curandero promete traer las solución, una flor, la Flor de Lirolay, dicha flor debería de hervirse, y con el agua producto del hervor, el rey tendría que frotarse los ojos, esto lo curaría. Sin dudarlo se decide armar una expedición en busca de la flor, para esto son convocados  sus hijos, con la promesa de que quién la encontrase se quedaría con el trono.
El rey tenía tres hijos, dos (los mayores) eran ambiciosos, la codicia los corrompía, por lo que al enterarse de esta oportunidad no lo dudaron y emprendieron la búsqueda. A diferencia de ellos, el mas chico era amable, humilde, gentil, este al igual que los otros a penas escuchó de la existencia de la flor se dispuso a la tarea de encontrarla, pero no por la promesa del trono, él sólo quería que su padre sanase. Así partieron, con la promesa de reencontrarse después de un año de búsqueda, con flor o sin ella.
Los días pasaron y ninguno podía encontrarla. Fueron incontables las pruebas por las que tuvieron que pasar, y tan grande su dificultad que al cabo de un año, los hermanos mayores se rindieron. No sucedió así con el hermano menor, quién mucho mas determinado siguió en su campaña, y como todo esfuerzo tiene su recompensa, logró hacerse con la maravillosa flor.
Al terminar el año, los tres hermanos se reunieron como acordaron, los dos mayores sin flor y el hermano menor poseedor de ella. Al ver esto, algo se desató en el corazón de los mayores, envidia quizás, frustración, celos, tal vez todo esto junto, después de todo, su hermanito sería el nuevo rey. Esta mezcla de sentimientos los llevó a cavar un pozo a la orilla del camino, al regreso de la travesía. En el empujaron a su hermano y aún estando vivo lo enterraron, robándole antes la flor.
Ambos volvieron al palacio victoriosos, flor en mano acordaron compartir el trono, mientras según lo indicado el rey recuperó la vista.
Sin embargo no todo fue alegría, pues el pequeño príncipe no volvía, pasaron los días, semanas, meses y nada, seguía sin volver o ser encontrado por algunas de las muchas expediciones  que su padre envió. Al no tener resultado alguno se abandonó la búsqueda, internamente los nuevos reyes sonreían, mientras su padre aún esperaba el regreso de su amado hijo.
Cierto día, un pastor que caminaba por un cerro divisa a lo lejos un cañaveral, con la intención de fabricarse una flauta corta un tallo, toda marchaba normal, hasta que llegó el momento de probarla, pues entonces una dulce vos empezó a cantar:

No  me toques pastorcito
ni me dejes de tocar
Mis hermanos me mataron por la flor del Lirolay

El pastor asustado aleja la flauta de su boca todavía atónito por lo que acababa de escuchar.
Una vez mas calmo, decide volver a probar para asegurarse de que no fue solamente una siniestra casualidad; nuevamente la flauta canta:

No  me toques pastorcito
ni me dejes de tocar
Mis hermanos me mataron por la flor del Lirolay

Ante la repetición, el pastor asustado decide llevarle la flauta al Rey. 
Ya en el palacio, el monarca toca la flauta incrédulo, pero para su sorpresa, esta vuelve a cantar.
No  me toques padrecito
ni me dejes de tocar
Mis hermanos me mataron por la flor del Lirolay

Aterrado llama a sus hijos, la misma voz dulce inunda la sala:

No  me toquen hermanitos
ni me dejen de tocar
Pues ustedes me mataron por la flor del Lirolay

Ante tan terrible evidencia se ven obligados a confesar el crimen. El rey, junto con su comitiva, siguen al pastor hasta el cañaveral con suma prisa y con casi tanta prisa talan y desentierran todas las cañas. En el fondo del pozo, se encontraba el príncipe aún con vida, y largas raíces en lugar de cabellera. El reencuentro fue mágico, padre e hijo lloraban de la alegría, luego de tanto al fin podían volverse a ver.
El castigo de los ahora ex reyes, los decidió el nuevo rey, pero contrario a todo lo que pueda pensarse, muy lejos del rencor decidió perdonarlos por su crimen y dejarlos vivir en el palacio.
Así se dio  inicio a  una etapa próspera para todos en el pueblo, bajo el justo reinado del joven rey.


Flor del Lirolay




1 comentario:

  1. Viejo cuento, lo contábamos en los velorios, era típico y aún me causa emoción.

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